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Excelencia Comunicacional: cómo persuadir con la palabra y crear el impacto deseado

Excelencia Comunicacional: cómo persuadir con la palabra y crear el impacto deseado

AUTOR DEL POST: PAU SASTRE
FOTOS: Mikah Hallahan // David Klein

 

Cuando voy a dar una formación relacionada con la oratoria, ya sea para hablar en público o para mejorar la comunicación one to one, los asistentes suelen tener bien identificados algunos elementos con los que quieren trabajar y que son realmente importantes en la comunicación; las preocupaciones más habituales suelen recaer en cuidar el lenguaje gestual, mantener los nervios a raya o aprender a jugar con algunos elementos clave de la expresión verbal como el ritmo, la pausa o el volumen, para nombrar algunos ejemplos básicos.

 

Un elemento de peso, pero, que a veces se descuida y que marca la diferencia entre un buen orador y un orador excelente, es que el segundo, se ha cuidado de llenar las palabras que conforman el contenido de su charla.

¿Y eso, qué significa exactamente?

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Podemos decir que una palabra está llena cuando en el momento de ser pronunciada, el orador tiene en su cabeza una concreción mental específica que dotará a la palabra de una fuerza expresiva especial y única, que hará que aterrice con fuerza en aquellos que nos están escuchando.

Para que las palabras estén llenas, pues, hay que cargarlas. ¿cómo se cargan las palabras?

Para cargar, o llenar (como se prefiera) una palabra, debemos dotarla de su significado, pero no únicamente del significado general que todo el mundo conoce, sino del significado concreto de nuestra experiencia. ¡Vayamos a un ejemplo!

 

EL CASO DE SILVIA

 

Silvia está dando una charla y en un momento determinado cuenta que ella es una persona “optimista”. Cuando la audiencia escucha la palabra “optimista”, no tiene dificultad alguna en comprender que Silvia se está refiriendo a “tener una actitud positiva en la vida”; el mensaje, pues, llega, pero de una manera general que no transforma ni implica al interlocutor.

 

Para que Silvia consiga que sus palabras, además de ser comprendidas, también produzcan impacto e influencia en los otros, necesitará hacer una preparación previa a su presentación.

Vayamos, pues, a los tres pasos a seguir para llenar una palabra:

  1. Escribe o piensa la definición genérica de la palabra en cuestión. Puedes coger el diccionario o hacer tu propia definición, no hace falta que seas necesariamente ortodoxo en este punto. En nuestro caso, haríamos: “Optimista: que tiene una actitud positiva”
  1. Acude a tu inventario de experiencias vividas a lo largo de toda tu vida (¡exactamente, puede ser también una vivencia de tu infancia!) y encuentra aquella que más contundentemente ilustra la definición del punto anterior. En el caso de que no encuentres ninguna vivencia, puedes acogerte a alguna que leyeras o te contaran, pero estoy seguro que con un poco de “mirar atrás” siempre acabarás por encontrar aquel momento significativo que necesitas. También puedes, si quieres, centrarlo en un campo concreto de tu vida, como sería la posibilidad de elegir experiencias vividas únicamente en el trabajo.

A Silvia le han venido un montón de situaciones en las que recuerda que fue optimista, pero hay una vivencia en especial que para ella sobresale por encima de las demás, una en la que recuerda que se había perdido sola en la montaña y cómo de esencial fue mantener su optimismo para su supervivencia.

Sin duda, esa es la que debe elegir; no porqué nosotros la valoramos como importante sino porque para ella es significativa. Tampoco te quedes con la idea que ha de ser si o si algo trascendente, es suficiente con que sea algo que te resuena al asociarlo con el significado de la palabra.

  1. El siguiente paso va a ser implementar fuertemente la experiencia elegida en tu mente desde los cinco sentidos, empleando el sistema VAKOG (siglas correspondientes a: Visual, Auditivo, Kinestésico, Olfativo, y Gustativo). Nos vamos a zambullir, pues, en la experiencia recordada, de manera tal, que se cree una impresión perdurable en nuestro cerebro.

Silvia está ya recordando aquel día en la montaña, pero donde necesita focalizarse especialmente es en el instante preciso en que el optimismo fue la clave de todo para su supervivencia. ¡Ya lo tiene! Ahora va a crear una impresión aún mayor a la que ya tenía en su cerebro, recordando elementos como el viento frio que chocaba contra su piel, la luz azulada del atardecer o las sensaciones de pesadez que tenía en sus piernas, después de tanto andar.

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Una vez recorridos los tres pasos mencionados, nuestra palabra ha quedado llena, cargada, y podemos tener la certeza que cuando la pronunciemos ante aquellos que han venido a escucharnos, esta estará teñida de una cualidad especial, de una emoción genuina, que la dotará de fuerza y concreción, haciendo que el público se “enganche” a nuestro discurso y que se perciba honestidad en aquello que decimos.

 

Pero lo bueno no acaba aquí. El hecho de llenar las palabras tiene beneficios colaterales que nos van a venir de fábula para estar un poco menos nerviosos. ¿Por qué?

 

Buena parte del miedo escénico que se nos genera al hablar en público proviene de nuestro diálogo interior, aquello que nos decimos a nosotros mismos, ya sabéis, cosas del tipo: “el de la segunda fila se está aburriendo con lo que digo” o “¿por qué me sudan las manos justo ahora?” Pues la buena noticia es que cuando llenamos las palabras, también “llenamos” la mente, la cual estará ocupada con todas las impresiones e imágenes asociadas al contenido de lo que decimos y, por lo tanto, alejada de aquellos pensamientos saboteadores que queremos evitar. Es como si la mente se dispersara cuando nuestro discurso transcurre en lo superficial y, en cambio, se focaliza cuando discurrimos en la concreción.

¿Y ESTO HAY QUE HACERLO CON TODAS LAS PALABRAS?

La respuesta es, como tú quieras y necesites. Para ponerte un ejemplo, en mi trabajo de actor profesional, utilizo cada uno de los ensayos para ir llenando poco a poco cada una de las palabras hasta conseguir que no haya una sola palabra del personaje que interpreto que no esté llena de ese “poso”, que le dará la fuerza y claridad que busco. Mi recomendación es que cuando no podamos disponer de tiempo, como nos suele pasar, nos señalemos aquellas palabras más importantes de nuestra charla y sean esas las elegidas para llenar. En el caso de que sea una charla que vayamos a repetir a menudo, como ocurre en ciertas áreas (la comercial, por ejemplo) podemos, a medida que repetimos una y otra vez nuestro discurso, irlo llenando más y más a medida que van transcurriendo nuevas experiencias, visitas, presentaciones, etc.

Pau Sastre
psastre@pimood.org
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